Las sociedades deben garantizar su supervivencia adaptándose a cualquier cambio que el entorno o la propia sociedad haga para esto deben satisfacer unas necesidades.
Una de estas, son las relaciones de género en el interior de esta. Es necesario comentar el estilo de vida de las antiguas sociedades. Su economía era básicamente de subsistencia, se dedicaban a la caza, a la pesca y a la agricultura y cabe destacar que muchas de estas sociedades eran nómadas.
En las sociedades tribales fue donde se produjo por vez primera una división de tareas y de trabajo entre hombres y mujeres. Los hombres eran los encargados de llevar el alimento a la familia, este alimento lo obtenían muchas veces de animales salvajes, estos debían cazarse en grupo y a la mujer le tocaba mantener el cuidado del hogar y de los hijos. Antes de que se produjera esta división de actividades “domésticas” entre hombres y mujeres; las mujeres también se encargaban de buscar el alimento con los hombres: este es el principio del machismo que actualmente conocemos, este proviene del paso de nómada a sedentario.
Posteriormente las mujeres, se les enmarca en un papel fundamentalmente pasivo. Este es el momento donde se crean las diferencias entre sexos, obteniendo un marcado carácter jerárquico que sólo es motivo de las raíces culturales que han logrado sobrevivir ya que se ha visto reforzada por prácticas religiosas, motivos económicos...
En la antigua Grecia y la antigua Roma las relaciones sociales dentro de una familia designaban a la mujer a un segundo plano, así pues, los dioses femeninos mostraban características como la corrupción y la maldad.
Con la llegada del cristianismo la autoridad del hombre pasa a ser legitima en el interior de la familia.
En la actualidad el machismo aparece como lenguaje, “y esta presente en todas las interacciones que realizan tanto mujeres con hombres, mujeres con mujeres o hombres con hombres” (fuente del entrecomillado: monografías.com)
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